domingo, 31 de enero de 2010

LA NOCHE DESHABITADA








Alejado de mí
a la distancia en la que jamás seremos uno
tu brazo roza el mío
con el aire que llena el espacio que nos separa
sonrío
te siento
y siento que me sientes
a través del mismo aire que nos aleja

Hablas
me hablas
y son tus palabras caricias
y envuelto en la penumbra
de un pasillo oscuro
angosto
te diviso
te creo
y creo que me observas
en las huellas que mis pasos dejan
pero la distancia en milímetros
ahonda la falta
y el vacío se abre
como un agujero negro
que todo lo engulle
y solo queda tu voz

Hablo
te hablo
con la máscara de olvido
que ya no es rostro
y oyes mi canto de sirena
y tus piernas dan un paso
embrujadas
detenlas apretadas
contra tu olvido
pero las extremidades
recuerdan y avanzan

Tengo miedo
te veo tan cerca
la luz oscurece el día
la noche deshabitada espera.

viernes, 29 de enero de 2010

NADIE CANTA















Nadie canta nanas en los duelos
ni encalla su soledad en las olas
ni se sustenta de tormentas
ni aplaca su sed con rayos
ni se abriga con mantos de viento
ni gana en concursos de sequías
ni sabe de bálsamos para llagas de olvido
Nadie canta en los duelos
nadie canta, nadie canta...

sábado, 23 de enero de 2010

Y SIENTES









Y sientes
le sientes, te sientes
y temes
le temes, te temes
y dudas
le dudas, te dudas
y en la duda sigues caminando
tu recuerdo
su recuerdo
¿adónde fueron los pasos?

miércoles, 20 de enero de 2010

EN LA ORILLA DE SU PIEL (3)









Las olas rompen en los bancos de arena y rizan el manto oscuro del ocaso. El sonido calmo del agua acercándose a la orilla aventa el latido de sus corazones. Tritón espolea sus miedos. Aislados por el reflejo cuerdo de una luna embustera, caminan separados, unidos por el estigma de un dilema. Risas de niños y miradas otras ensordecen sus almas, se niegan, se acercan y alejan en una danza maldita bailada a los sones del deseo y la razón.
El abismo del mar vomita fantasmas adornados de corales blancos y cian. Las nubes se conjuran en una sinfonía de guerra sin esperanza. Pasean bordeando la razón. Él, como un director ciego frente a una partitura tatuada en el latido de su piel, eleva con suavidad su mano, no necesita batuta. Los primeros acordes revolotean entre las rocas de su deseo. Primer acorde. Su mano roza invisible la piel de ella que, adormilada, soñaba el tacto de una estrella de mar recorriendo su cuerpo. Miradas furtivas de cazadores clandestinos. La veda está cerrada pero el hambre es voraz enemigo de la razón. Segundo acorde acompasado de latidos desbocados. Rugen las olas, se levanta el poniente, el viento azota los rostros, los dedos se entrelazan en nudos de aire violento. Nubes oscuras en noche oscura barren el cielo. Choque de pedernales que encienden el horizonte, el mar se vacía y la tierra se abre. Deben buscar refugio. Una masa informe de manos les empujan hacia la rompiente. Corren, nadie sigue sus pasos. ¿Quién se guarda del mar arrojándose a él? Solos, con la lluvia que empapa sus cuerpos, solos, con los rayos que encienden sus bocas, solos, con el viento que azota su deseo, solos, juntos, húmedos, empapados, chorreando. El frío pasa por encima de último estertor de la tormenta. Neptuno, viejo y sentimental, agita su rayo y complaciente brinda dones para sus nuevos hijos: para ella una estrella de mar roja y negra que enreda en su pelo, para él un corcel que cabalga las olas del horizonte.
La tormenta va muriendo entre el pulso de los mares complacidos. Eolo descansa y del pedernal ya no saltan chispas. El bullicio silencia los truenos y la brisa arrastrará unos nombres que ya no vestirán ningún cuerpo.

sábado, 16 de enero de 2010

EN LA ORILLA DE SU PIEL (2)








La soledad se ha enganchado de la última hora del último rayo y se ha rasgado en mil voces que atrapan entre sus hilos a la cometa. La bruma desaparece como desaparecen los sueños. El estertor de la tarde les devuelve a sus vidas. Días separados por días. Caminantes de diferentes caminos. Coros de ángeles de cielos que no podrán pisar. El sol se va apagando y ella traspasa el umbral.
Ha entrado. La luz de la tarde se cuela por las rendijas y juega al veo-veo en las esquinas. Un puñado de sillas revueltas, de vasos a medio llenar, princesas de rosa y piratas con espadas de cartón, remolinos de risas, barras de otros labios, maquinillas de podar pasiones. Él se resiste a abandonar la inmensidad que vislumbra entre la hojarasca. Asido a la misma madera que ella acariciaba, siente la huella cálida que ha dejado olvidada. Inspira y el viento desalentado le niega su soplo. Boquea como un pez en la rompiente de los sueños. Grita. El eco enreda la voz entre los árboles que han dejado caer sus ramas derrotadas y la devuelve desmarañada, extenuada, moribunda. El eco se esconde entre los gritos de las primeras estrellas que espolean al día para robar un trozo de oscuridad a la noche. El viento ha plegado sus alas y el aroma del deseo queda varado a la orilla de su piel.

jueves, 14 de enero de 2010

EN LA ORILLA DE SU PIEL (1)









La brisa, cargada de sal, enmaraña su melena. Quisiera volar como las gaviotas y gritar como ellas cara al viento, pero el aire plomizo de levante aplasta sus sueños. Ella mira a través de la calima que atrapa al sol en la línea de fuga anclándolo, unas horas más, a esa tarde con redes anudadas de deseo. De pie, con los ojos puestos en el horizonte y la mirada perdida en quimeras esmeraldas, parece una estatua de bronce frente a los árboles que juegan al escondite con el salitre del mar.
Apoya las manos en la barandilla desgastada de madera que cubre el incandescente hierro oculto a los ojos. Estructura ígnea envuelta en un manto aislante. Manto desgastado por manos invisibles que alguna vez se posaron, acariciaron o agarraron desesperadas esa misma madera en otras tardes de calima o de calma chicha, o de marejada.
Quiebra el aire con cada inspiración arañándose con su puñal de sal afilado. Las gotas de sangre caen transparentes a otras miradas y son empapadas por algodones deshilachados que el viento le trae. El ventanal de madera desteñida sirve de frontera. Fuera es una cometa que, riendo, se alza y se aleja más y más. Una cometa que solo el soplo cálido del deseo puede arrastrar.