domingo, 19 de septiembre de 2010

TIEMPO






















Ese tiempo cambiante de nubes irisadas o soles apagados
ese tiempo que vuela cuando ríes
que camina como un roble centenario cuando lloras
Tiempo
enemigo que marcha al ritmo de sesenta veces sesenta
amigo que cambia el paso a veinticuatro
monstruo voraz que lanza dentelladas a nuestros sueños
amigo que recoge las lágrimas y las seca en el olvido
Tiempo
camino de vida
meta en la de muerte
Tiempo
lluvia, sol, cielos con estrellas o planetas estrellados
Tiempo
regálale minutos al tiempo
y él te devolverá días
regálale días y te devolverá soles
regálale soles y te devolverá el sueño en la noche
Pero si no quieres más tiempo
si las nubes no son figuras que se modelan en el cielo
sino nido de tormentas furiosas
si el rayo hiere y no ilumina
si el trueno no es un tambor victorioso
respira hondo, cierra los ojos, tiéndete en un lecho de hojarasca
y siente las esquinas de la sequedad
Yo sé que la lluvia que se anuncia con el rayo luminoso
la lluvia que cabalga en el redoblar del trueno
empapa el aire
mulle la tierra
y de la sequedad
nace el musgo esponjoso
que redondea las soledades.

martes, 14 de septiembre de 2010

EL GRANERO (CUESTIÓN DE PUNTERÍA)













Está enfrente del granero encarando la tormenta. El ruido de la lápida al quebrarse le hace volver la cara. Se ha separado el nombre de la fecha. El aire, que se arremolina entre las canas, baja azotando los surcos de su cara y se cuela entre las mellas de los dientes secando la poca humedad que le queda en la garganta. Empuja hacia abajo, para que no se vuele, la pipa de maíz que asoma por el peto. Las piedras arrancadas se arremolinan y giran y giran en el cielo hasta caer frente a él. Patea un guijarro puntiagudo y abre un agujero en la pared del granero. Las canas le azotan los ojos y le ciegan, se las aparta con giros bruscos de la cabeza. Ha metido sus manos sarmentosas en los bolsillos traseros del peto vaquero gastado y las aprieta acompasadas con el sonido repetitivo de las piedras que impactan en la madera carcomida.

Siempre ha tenido buena puntería, pero el temblor, que le sigue como un perro faldero, se la ha ido minando. Hoy no hay temblor, solo piedras incrustándose en la madera. La puerta chirría, la madera tiembla, se resiente con cada impacto y, de vez en cuando, saltan esquirlas verdes y desconchadas. Cada disparo, como una droga, necesita del siguiente. La punta de la bota no se detiene ante ningún peñasco. Ni siquiera es consciente del dolor cuando acierta, con un trozo de la lápida caída, en el único círculo de la diana que queda. El juego de dardos se lo había regalado cuando cumplió siete años: "Puntería, le había dicho, es lo único que separa el cazador de la pieza por cobrar". Otro impacto cerca de la bisagra de la derecha, otra astilla, un ojo más que se abre entre la carcoma. "Puntería". Otro canto incrustado en un jirón de tabla. Un nuevo impacto, el armazón tiembla y la puerta cede.

El granero desparrama sus entrañas podridas ahora abiertas en canal. Se seca la frente con el puño de cuadros gastados, transparentes. El pie derecho sigue arrojando toda su rabia con más fuerza hasta que el perro faldero, que le sigue como un temblor, empieza a morderle. Apenas acierta ya a dar en una viga mohosa o en la soga que se balanceaba al ritmo calenturiento del aire del sur o al cubo de zinc agujereado por el ácido y el olvido. Cae el viento.

Da el primer paso, el más difícil, el que abrirá el surco en una tierra cenicienta. El pie izquierdo avanzaba firme, el derecho se arrastra profundizando en la herida. El polvo se le mete en los ojos sacando las lágrimas que se resistían a morir quemadas por el viento sureño. Lo poco que le quedaba, lo poco que le había dejado lo había arrojado dentro de la ballena, y ahora reclama su vómito. Se acerca a la boca abierta, oscura y mellada.

"Puntería". Sombras. Un paso en falso y una lata se vierte en el suelo. El olor a queroseno gruñe como un perro rabioso. Alza la voz: "Puntería, solo hacía falta puntería...—se lamenta y gime a media voz— Solo necesitabas puntería, cazador". Apenas un quejido sale de entre las mellas de su boca. Se sacude el perro de su pierna, camina despacio hacia el fondo. Ni siquiera el portazo le sobresalta. El pie derecho ahonda la huella, profundiza el camino que recorre el combustible, el izquierdo apenas deja huella. Una bala de paja reseca caída de la pared. Se sienta acomodándose, dibujando el hueco de su cuerpo en un forraje que no alimentará. Mira desde el interior de la ballena que todo lo traga. El viento boquea como una trucha en la orilla y busca dónde enredarse; solo encuentra tambores de otras guerras que avanzan en el horizonte. La puerta se entreabre.

Saca la pipa de maíz reseca, le raspa las entrañas, la vacía, la huele. Rellena de tabaco el hueco, lo aplasta con la uña, chasquea una cerilla en la suela de uno de sus zapatos: el derecho. Una y otra vez, y se gasta frotada la una suela desgastada que no sirve ni para prender fuego. El viento entra y sale lamiendo el granero como una lengua en boca extraña. Intenta con otra y con otra más. El viento barre y una nueva cerilla está en sus manos. Suda. La última cerilla prende y protegiéndola con la mano, la acerca a la pipa y calienta el tabaco. Chupa, aspira, saborea el tabaco requemado. Unas brasas caen desde la boca de maíz. "Puntería".